Escribo
esto a unas horas de
la Consulta Popular sobre el Esequibo. Un proceso electoral
controvertido en el cual tanto promotores cómo detractores parecen
coincidir en patriotismo. Todos, o casi todos, parecen estar de
acuerdo, se abstengan o no de votar, en qué ese territorio pertenece
a Venezuela.
Los
promotores de la consulta, afectos al oficialismo, están convencidos
de que votar varias veces “sí” nos ayudará a recuperar esa
región. Por otra parte los detractores, generalmente opositores,
critican al gobierno (o
régimen) por no haber hecho
nada al respecto durante más de dos décadas, de hecho reprueban
al chavismo por haber “regalado” esa extensión territorial en
2004. Otros cuestionan la utilización del nacionalismo cómo cortina
de humo. En resumen, el Esequibo es nuestro. Unos
quieren recuperarlo con
urgencia. Otros cuando Nicolás
salga del poder.
Visto
este panorama, en el cual la diferencia es de forma (Unos creen en el
régimen, otros no) qué de fondo (porque al fin y al cabo, en el
fondo, todos somos venezolanistas) ¿Alguien se ha preguntado si de
verdad tiene sentido reclamar la propiedad de un suelo el cual ni
siquiera intentamos colonizar durante dos siglos?¿Podemos llamar
“nuestro” a un espacio territorial cuyos 130 mil habitantes
hablan otro idioma y tienen otra cultura? Hay unos 3 mil venezolanos,
sí. La mayoría huyó de la situación política económica de su
país. No desean que su nuevo hogar sea gobernado por el PSUV.
Venezuela tiene
argumentos históricos y legales para justificar su reclamo. Pero más
allá de toda esa historia de
protocolos, acuerdos o laudos arbitrales viciados,
y más allá de haber heredado una tierra que ni siquiera fue
colonizada por España, nunca sembramos raíces allá. Ni siquiera lo
intentamos. Siete millones de venezolanos han preferido emigrar a
otros países qué mudarse
a ese territorio.
El Esequibo es nuestro, dice una gran masa de los venezolanos asumiéndolo cómo algo lógico ¿Y por qué es nuestro? Porque España, esa madre patria con la cual quisimos romper algo más qué un cordón umbilical, trazó unas líneas delimitando unas fronteras dentro de sus dominios y lo llamó Venezuela, en un mapa siempre cambiante, por cierto.
Dentro de esas líneas, había un espacio terrestre habitado por diversos grupos étnicos autóctonos los cuáles, obviamente, ni sabían que su área vital estaba siendo repartida entre un par de potencias europeas (España y Portugal, 1494) cuando apenas empezaba la conquista, sólo qué, a diferencia de otras regiones americanas, los indígenas esequibanos nunca se enteraron de su pertenencia al Imperio español ni de la grandiosa epopeya bolivariana que los libertó.
Somos
los herederos de un trozo de tierra el cual unos conquistadores no
tuvieron tiempo de arrebatar a sus propietarios legítimos (indígenas
kalinago o arawako, por ejemplo) aunque lo asumieron cómo suyo
porque lo trazaron en un papel.
Mientras
tanto, los promotores de la consulta cuestionan la legitimidad de
Estados cómo Israel, pero al menos los israelíes pueden argumentar
qué sus ancestros ocuparon esa tierra hace 2000 años, y que dejaron
algo de descendencia. Nosotros no.
Fuera del malestar
que causaríamos si tomáramos lo que se supone, nos pertenece, cosa
la cual por lógica no sucedería por las buenas, porque Guyana no
entregará pacíficamente el 70% de su territorio, sólo cabe
preguntarse...El Esequibo¿Es nuestro?